lunes, 13 de marzo de 2017

La inquina del forofismo

   Que el fútbol y el deporte no es lo que era ya lo dice FRAC en su canción 'odio eterno al fútbol moderno', que dicho cambio no ha sentado bien al aficionado, también. Cada gol, cada falta, cada fuera de juego, cada sustitución. Todos y cada uno de los sucesos acontecidos en un campo de fútbol son invitaciones al inquietante universo de la blasfemia, un terreno que el hincha, ardiente en deseos de ser oído o leído, no duda en pisar.
   Desde hace un tiempo, el fútbol traspasó la barrera de lo ocioso, dejando paso a un dudoso honor de embajador de la frustración. Ni mucho menos quiero sentar 'cátedra' de como se tiene que vivir este deporte, entre otras cosas, porque soy el primero que colabora en esa visión del fútbol más allá de la mera afición.
   Dicho esto, he de reconocer que me da pena lo difícil que es poder encontrar hoy en día un debate de fútbol limpio, un debate en el que los aficionados hablemos únicamente por la devoción que tenemos hacía esto, más allá de escudos y simpatías. A veces me sorprendo de lo interesante que puede llegar a ser una charla ecuánime con aquel que ha usado su red social para tildar de 'hormonao' a un jugador X o se ha referido en términos de 'mandril' a determinado club de fútbol. Y ojo, que esto se extrapola a más allá del deporte. Términos como 'perroflautas' o 'fachas' son habituales para definir a todos aquellos que simpatizan con una determinada ideología política, al igual que un catalán es un 'catalufo', o un periodista es un 'periolisto'.
   Pero volvamos al fútbol. Estamos en unos días en los que cada cosa que digas, hagas, o publiques sobre el deporte de la redonda va a ser mirado con lupa. Seas o no seas periodista, te guste más o menos este deporte, seas o no seas hincha de un determinado club. Toda opinión va a quedar expuesta al conmigo o contra mi. Aficionados proclives al pacifismo en su vida diaria, sacan su lado más irracional cuando se trata de fútbol.
   ¿Cómo hemos llegado a esto?, no quiero 'mojarme' sobre un hecho concreto que haya destapado la caja de los truenos, al igual que hay que reconocer que el fútbol siempre tuvo algo de esto. Si, 'algo', un 'algo' en el que el amor hacía este deporte actuaba cual tsunami para erradicar el protagonismo 'ultra'. Desgraciadamente, hoy ese sentimiento 'ultra' es más fuerte que el propio fútbol.
   Los propios periodistas son los primeros que han colaborado a que esto sea así. El aficionado 'ultra' necesita representante, alguien que actúe como portavoz autorizado en los medios de comunicación para hablar en nombre de ellos, siendo ese portavoz el que les identifica. Vídeos en los que estos 'mesías' blasfeman, gritan, vacilan y tratan de ridiculizar a aquellos seguidores rivales, algo muy alejado del concepto de periodismo deportivo que uno mamó cuando sus referentes eran '+ Deporte' o 'Grada Cero'.
    Agitan a las masas, y estas, aprovechando la posibilidad de que su opinión será visible rápidamente a través de las redes sociales, vierten comentarios donde el sentido común es un muro infranqueable y el falso ego actúa en conmemoración de sus simpatías. No hay verdades que valgan, porque cada uno ya tiene interiorizada la suya propia. Carente de valor, carente de sentido, pero válida para adquirir una efímera cuota de protagonismo.
   Vuelvo a repetir,  aquí este que escribe no es ejemplo de nada, es más, los esfuerzos que uno hace por intentar ver más allá de esas simpatías a la hora de opinar son tremendos, tan cierto como que no me perdonaría, a día de hoy, hacer ese pequeño esfuerzo por intentar aproximarme a la verdad real.
   Un mal arbitraje es sinónimo de 'robo', un sorteo benevolente con tu equipo rival es etiquetado de 'amaño', un conglomerado de hechos que aproximan este deporte a lo circense más que a lo deportivo. Tampoco es que el fútbol haya ayudado a la calma, acusado permanentemente de partidos comprados o votaciones amañadas.
   La cuestión es que entre todos hemos creado una espiral donde la bilis es la pieza indispensable del puzzle y la irritación un ritual diario de convivencia, y a mi, sinceramente, no me gusta.
 
 

 
 
 
 

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