Eso sucedió el pasado domingo, volvían a verse las caras River y Boca tras el año de penitencia vivido por el equipo de la franja roja en la denominada división "B" en Argentina, equivalente a la segunda división A en España. Aprovechó lo escalofriante del momento para mostrar mi repulsa hacía todo extremismo y odio hacía algo o alguien, ya sea en el fútbol como en la vida.
Estamos en un momento en el que parece que hay que posicionarse fuertemente. El aficionado del Madrid tiene que odiar a muerte al Barça y viceversa, el del Badajoz al del Mérida, el del Betis al Sevilla, y ya, yéndonos al concepto meramente político, el de derechas al de izquierdas. Rivalidad siempre tiene que haber, siempre la ha habido, y siempre la habrá, pero ha de estar sentada sobre unas sólidas bases de sentido común. En el fútbol, como en la vida, uno tiene que defender a su equipo, tiene que defender a su amigo, pero no por el hecho de emplear la violencia hacía otros eres más de un equipo o eres más amigo. El aprovechar ese acto de fidelidad hacía un club o hacía una persona para hacer uso de la violencia no me parece propio de sentimiento precisamente. Ser de un equipo es animarlo durante los 90 minutos, alegrarte en los éxitos y saber disfrutarlos, sentirte orgulloso cuando han echo un buen partido o cuando se han dejado el alma en el campo. Ser un amigo es compartir las alegrías con el, apoyarlo en los momentos difíciles. Y digo amigo, como digo todo ser querido que te rodea. La violencia como modo de fidelidad a algo o alguien nunca lo he tolerado, ni lo toleraré, salvo lavado de cabeza que difícilmente se produzca.
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