Uno cree
haber visto todo en el deporte de la redonda cuando recuerda aquellas tardes no
muy lejanas del Barça de Guardiola. Partidos que hacían pensar
en paralelismos con la otra vida, goles inimaginables, triangulaciones
inverosímiles. Pero sobre todo fútbol, mucho
fútbol.
En un nuevo
intento de ensalzar mi pésimo sentido de la intuición, creo que será muy muy difícil volver a ver a un
equipo que llegue a esos niveles disneylianos. Al final, todo acaba pasando,
tanto en el fútbol cómo en la vida. Las temporadas avanzaban a medida que la
lógica iba haciendo su papel, y esos jugadores que parecían haber salido de la
saga Matrix iban perdiendo su pulso
frente al tiempo con el consecuente bajón en su rendimiento.
El dócil Martino ejercía de mediador en la
transición ante la que se vaticinaba comienzo de era legendaria allá por la avenida Diagonal. Y en esas aterriza el
rebelde que hacía falta a la nave. Un tipo que, lejos de ser atractivo – contra
su voluntad- , era el adecuado para volver a elevar al Barcelona a niveles de Vía Láctea. Sin duda, nadie cómo Luis Enrique.
Un tipo con personalidad, antítesis del acomodamiento y
conocedor de los entresijos del club. Él era el perfecto, casi tan perfecto
como era Camacho, cuando se le encargó catapultar al eterno rival en aquellos
tiempos donde Galletti hacía bajar a
la tierra a los llamados “galácticos”.
No es que
contara el bueno de “lucho” con una
carta de presentación inmaculada, pero su buena – sin más – temporada con el Celta y su amor incondicional al
blaugrana eran motivos más que suficientes para apostar por su figura. Con Luis
Enrique volvería la intensidad, además, su carisma sería de importancia capital
para reflotar a los deprimidos Messi,
Alves etc….
Cuatro meses
después, y tras haber vivido en este período situaciones de suma trascendencia
para el devenir del curso, Luis Enrique , hoy por hoy, está lejos de ser ese Robin Hood de Sant Joan Despí que todos
intuíamos a tildar. En primer lugar por lo mencionado unas líneas más arriba.
Ni Xavi Hernández volverá a ser ese
jugador con ojos en la nuca ni Daniel
Alves ese cohete que rompía de improviso. Dudo que Andrés Iniesta vuelva a mostrar niveles similares a los de antaño,
mientras que por otra parte, la figura del portero “milagro” pareció descender
a los abismos tras la marcha de Valdés.
Unos han de adaptarse a la idea de un nuevo fútbol, otros demuestran partido
tras partido que esas dudas de ser fichaje nivel Barça van a más. Pero sobre
todo, hay un jugador que, pese a que ya pueden ir intuyendo de quién se trata,
ya no es el constante “apagafuegos” que llegaba al rescate. Sí, estoy hablando
de Leo Messi.
Para nada
está siendo mala la temporada del jugador de Rosario, tan cierto como que esa calma que podría tener un
aficionado del Barcelona de saber que iba a aparecer en cualquier momento, ha
desaparecido. Sus celestiales actuaciones han dejado de ser rutina, y pese a
que sigue brindándonos tardes de gloria, estas son alternadas con
comparecencias desapercibidas.
El éxito individual de Leo Messi es
el éxito colectivo del Barcelona. Jugadores especiales que cuando no rallan al nivel que se
le espera, acaban convirtiéndose en fuente de contagio para el resto de sus
compañeros. Así ha sido y así será siempre en el deporte cuando tienes en tus
filas al mejor. Cómo lo es en el Real
Madrid cuando no está bien Cristiano
Ronaldo o cómo lo es en la selección
española de baloncesto cuando Pau
Gasol está lejos de su mejor nivel.
Es imposible, completamente
imposible, que Real Madrid y Barcelona puedan compartir felicidad en un mismo
período en el tiempo.
Si el Real Madrid está por delante del Barcelona, estos gozarán de felicidad, y
viceversa. Sean cuales sean las sensaciones. La felicidad de uno es la tristeza
de otro. Así ha sido y así será.
Y digo esto
porque, particularmente, pienso que estos cuatro meses de Luis Enrique al
frente del Barcelona no están siendo tan catatónicos cómo se atreven unos a
tildar tras el empate de Getafe.
Sigo pensando que “lucho” es el hombre adecuado para liderar este Barcelona de
cambios. Un equipo anclado todavía en esos tiempos donde afloraban las pompitas
de jabón y los baños de alabanzas.
A su favor, el técnico asturiano cuenta con el beneplácito
de la paciencia, esa tan inútilmente utilizada en los grandes clubes y de
la que goza el bueno de “lucho” tras su previo paso por el club. Si en los
altares de Can Barça saben manejar
esta virtud, siento que a medio-largo plazo los beneficios de haber apostado
por Luis Enrique saldrán a la luz, al igual que hubieran aflorado de la misma
manera si hubieran dejado trabajar a Camacho en el eterno rival.
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