Que el
fútbol es mucho más que un deporte de once contra once es una realidad ya
asumida por tod@s. La repercusión de
todo lo que trasciende al juego es tal, que
más de uno lo utiliza como símbolo de hermanamiento o de odio absoluto.
Todo esto en función de si simpatizas o no con los colores de la persona en
cuestión.
Hasta aquí
todo normal, dentro de lo costoso que es asumir que alguien odie a otro por el
hecho de simpatizar con clubes distintos. Es
una realidad tan cierta cómo mediocre, hasta que terminas entendiendo que todas
las grandes pasiones acaban desembocando en actitudes de este calibre.
Desgraciadamente,
son muchas las connotaciones que rodean al deporte del rey, y no me refiero a
la desgracia como una soportable sucesión de derrotas. Al fin y al cabo, hasta el mayor de los acérrimos ha salido
ileso de un descenso de su equipo o de un duro varapalo en manos del eterno
rival. Dicen que “el fútbol es la
cosa más importante de las menos importantes”, y todavía no he encontrado
mejor frase para definir el sentimiento que genera este deporte.
Dicho esto,
creo que la famosa frase que empleó en su momento Arrigo Sacchi, tiene cada día menos veracidad, y es que a día de hoy – al menos en España - , el
fútbol es el mejor reflejo de la putrefacta sociedad que, entre todos, nos
hemos encargado de crear.
A bote
pronto, podría poner miles de ejemplos que clarifican esta afirmación, pero mi
fuerza sobre la misma se centra en hechos presentes, y esos hechos pasan
concretamente por lo acontecido el pasado domingo en el estadio Juegos Mediterráneos de Almería. Lo sucedido en la sala de
prensa del conjunto andaluz es un canto
a la intolerancia y un pulso a la pluralidad.
Tan cierto
es esto como que el problema podría haberse evitado con el solo uso del
castellano en comparecencias de clubes vascos, catalanes, gallegos o
valencianos. Una lengua uniforme que da
alcance y cobertura para satisfacer la inmediatez informativa de los distintos
medios. Pero una vez llegados a este punto, y aceptado el hecho de la
pluralidad lingüística en las salas de prensa, lo acontecido en el estadio
Juegos Mediterráneos es poco menos que bochornoso.
Y uso
términos como bochorno porque lo sucedido va mucho más allá. No es solo la
incapacidad de los periodistas de Almería en la recepción del mensaje de Garitano. La actuación de estos, es el sentimiento de unos muchos que no terminan
de aceptar el desmarque de algunas Comunidades Autónomas en su vinculación a la
patria.
De nuevo el
fútbol sí. Una vez más, vuelve a ser el
deporte de las pasiones desenfrenadas el que destapa las caretas de los más
proclives a la rojigualda. Un caso que volverá a repetirse el 30 de Mayo,
pero esta vez desde la otra perspectiva. No les quepa ni la más mínima duda de
que en el momento en que salten Barcelona
y Athletic de Bilbao al Camp Nou, el coliseo blaugrana será un
estruendo contra el himno nacional. Un himno, por cierto, que es principal
exponente y representante del nombre que da lustre a la competición. Tan deleznable es torpedear una rueda de
prensa en euskera como pitar un himno por falta de identificación hacía el
mismo. Da la sensación de que algunos no terminan de asumir que esto ya no
se llama Copa de Ferias.
Seguramente,
este mensaje no vaya a llegar a muchos receptores, pero si hay alguno al qué le haya tocado la fibra sensible tras leer estas
líneas, le digo algo que, seguramente, piensan otros tantos que ven el fútbol
como cultura de ocio. Sobrais. De verdad, sobrais. Aquel que no es
capaz de ver este deporte por el mero hecho de disfrute del mismo, poca o
ninguna cabida tiene en este circo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario