Si, lo sucedido en la noche del Miércoles fue de campanillas, por mucho que el Barça sea el Barça y por mucho que intentemos elevar a los altares el nivel del meritorio Oporto de Lopetegui.

Se podrían buscar miles de excusas para acorazar las decepcionantes funciones de Bayern y PSG, pero ninguna de ellas gozaría de la fuerza suficiente como para ser pasadas por alto.Vayamos en primer lugar a lo ofrecido por el conjunto galo.
El teléfono móvil era un hervidero de opiniones y teorías contra el planteamiento de Laurent Blanc. Mientras tanto, un servidor sufría y vibraba con el espectáculo que estaba ofreciendo K.C. Rivers en el Palacio de los Deportes. Lejos de desear que acabase el Real Madrid-Anadolu EFES, no menos cierto es que también tenía ganas de llegar a casa y desmenuzar concienzudamente todo ese vertedero de argumentos que me iban llegando acerca de la decepcionante actuación del PSG.
Resulta especialmente curioso ver este tipo de duelos desde la lejanía. Primero porque no entendía como ese equipo que hace apenas unas semanas obraba la proeza en Londres, estuviera claudicando de esa manera, pero lo más chirriante de todo era el hecho de que la actuación del cuadro de Luis Enrique no estuviera siendo elevada a la categoría de histórica.
Una vez visto todo, terminé de entender estos argumentos. El PSG salió con el respeto del acomplejado al verde del Parque de los Príncipes. Un respeto exagerado que parecía haber enterrado tras su eliminatoria frente al Chelsea. Pero no, el F.C. Barcelona no es el Chelsea, por mucho que se intenten magnificar las actuaciones del cuadro londinense en cierto sector.El Barcelona jugó a lo que tenía que jugar, bastante bien eso si. El duelo no pidió un partido memorable, e incluso los blaugranas se permitieron la licencia de un pequeño tramo de sesteo. Y todo porque el PSG puso de manifiesto su liderato -con permiso del City- en ese improvisado de ranking de clubs modernos de "mucho ruido y pocas nueces". Cierto es que las bajas mermaron a los de Blanc, pero esto no justifica su decepcionante actuación, ya que lo alineado era mucho y bueno.
Si ha de haber una mínima justificación, por efímera que sea, esta puede ser la de su escasa tradición europea y la índole del rival en frente, pero lo que si carece de respaldo alguno, se mire por donde se mire, es lo sucedido en el estadio Do Dragao entre el Oporto y el Bayern.

La actuación del conjunto de Pep Guardiola se aproxima más a lo esperpéntico que a lo pasajero, más si cabe cuando ves que los tres goles encajados son dignos de desposeer del carné de futbolista a algún que otro jugador bávaro.
Como diría un amigo, el Oporto es un equipo de colmillo retorcido, pero también es verdad que esta versión del conjunto luso dista mucho de la reciente de los Falcao, James Rodríguez..., y si retomamos más en el tiempo, tampoco daría lugar a comparativa con ese que fue campeón de Europa allá por 2004.
Sin desmerecer un ápice el campeonato portugués, los de Julen Lopetegui están sufriendo en no más de una ocasión para sacar sus duelos en la competición doméstica. Quizás el hecho de esclarecer tan pronto la Bundesliga pueda tener consecuencias en su tensión competitiva, pero la cuestión es que el Bayern firmó el mayor bochorno de este primer envite de los cuartos de Champions. La semana que viene, nuevos episodios europeos. Al PSG no lo esperen, al Bayern, no lo den por muerto.
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